miércoles, 11 de junio de 2014

El Criticón. Baltasar Gracián

Portada de la edición de 1669 publicada en Amberes

El Criticón es una novela de Baltasar Gracián (1601-1658) publicada en tres partes en 1651, 1653 y 1657. Está considerada como la obra maestra de su autor y es una de las cumbres de la literatura española, junto al Quijote y La Celestina. El Criticón recoge y amplía toda su obra anterior en forma de ficción novelesca.
La obra adopta la forma de una gran alegoría que abarca toda la vida del hombre, representado en sus dos facetas de impulsivo e inexperto, Andrenio (del griego ἀνήρ, ἀνδρως [aner, andros]: «varón», «hombre»); y el prudente y experimentado Critilo (del griego κρίνειν, κριτής o κριτικός [krinein, krites o kritikos]: respectivamente, «discernir», «juez», «capaz de juzgar»). Es la obra literaria que resume la visión filosófica del mundo de Gracián bajo la forma de una gran epopeya moral. En ella se unen invención y didactismo, erudición y estilo personal, desengaño y sátira social.
Tras sus anteriores tratados, Gracián proyecta una obra de fabulación que resuma su pensamiento y amplíe a la vez su espectro como creador. La novela fue escrita en sus años de plena madurez y contiene su visión final acerca del mundo y de la vida humana. Se trata de una mirada amarga y desolada, aunque su desengaño alberga una esperanza en los dos virtuosos protagonistas, que consiguen escapar a la mediocridad reinante alcanzando la fama eterna.
Su estilo supone la quintaesencia del conceptismo, y está presidido por la brevedad y la intensificación semántica de la lengua. Destaca el recurso de la antítesis y todo tipo de juegos de palabras junto con la abundancia de sentencias y máximas de origen culto o de proverbios y refranes populares que adecua a sus intenciones adaptándolos o transformándolos de modo original.
El autor exhibe constantemente una técnica perspectivista que desdobla la visión de las cosas según los criterios o puntos de vista de cada uno de los personajes, pero de forma antitética, y no plural como en Cervantes. La novela refleja, con todo, una visión pesimista de la sociedad, con la que se identificó uno de sus mejores lectores, el filósofo alemán del XIX Arthur Schopenhauer. Efectivamente El Criticón influyó notablemente en filósofos del ámbito germánico, como el citado Schopenhauer o Friedrich Nietzsche, y se ha visto a su autor como un precedente del existencialismo.

Un náufrago, Critilo, hombre experimentado, es arrojado a las costas de la isla de Santa Elena, donde conoce a Andrenio, el hombre natural, criado por un animal al margen de toda civilización, y a quien Critilo enseña a hablar. Andrenio le cuenta cómo nació en una cueva cerrada y tras un terremoto, vio la luz y la hermosa Naturaleza, comprendiendo que solo podía ser obra del Supremo Artífice. Son rescatados por una flota española y juntos comienzan una larga peregrinación alegórica en diversas etapas en la Corte de España, Aragón, Francia y Roma en busca de Felisinda (la felicidad), esposa deseada por Critilo y madre de Andrenio, para al final de su vida alcanzar la Isla de la Inmortalidad.

Las tres partes del Criticón, publicadas en 1651, 1653 y 1657, constituyen una extensa novela alegórica de carácter filosófico, esta novela reúne en forma de ficción toda la trayectoria literaria de su autor. El Criticón conjuga la prosa didáctica y moral con la fabulación metafórica, y con ello, cada «crisi» (capítulo), alberga una doble lectura —si no más— en los planos real y filosófico. En ella se unen invención y didáctica, erudición y estilo personal, desengaño y sátira social.
En la Primera Parte, subtitulada «En la primavera de la niñez y en el estío de la juventud», los protagonistas Critilo y Andrenio se encuentran, cuentan sus peripecias vitales que les han llevado a conocerse en la isla de Santa Elena y emprenden viaje a España, comenzando por la Corte.
La Segunda, que aparece con el epígrafe de «Juiciosa cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad», transcurre por tierras de Aragón y Francia. En la Tercera Parte, titulada más llanamente «En el invierno de la vejez» entran por las tierras septentrionales de Alemania y acaban en la meca del peregrino cristiano, Roma, para ser anunciados a la muerte y llegar a la inmortalidad cruzando las aguas de tinta de la fama. Los tres volúmenes ofrecen un equilibrio estructural en lo externo muy notable. Las dos primeras partes están divididos en trece «Crisi(s)» (capítulos) cada una, y la tercera tiene doce.
El contenido del relato se configura temporalmente a través de un eje cronológico que comprende el ciclo vital del hombre, asociado a las estaciones del año, tal y como aparece esbozado en el último capítulo —Realce XXV— de El Discreto. Este progresa de manera lineal, pero recorrido por constantes digresiones e interrupciones del hilo narrativo. En estos remansos aparecen cuadros alegóricos donde se da cuenta de todo un mundo de relaciones entre conceptos y figuras de la ficción.

Además de la alegoría, para tramar esta obra el autor se sirve del ciclo de peregrinación de la novela bizantina, y de su construcción en serie episódica, por la multitud de peripecias y aventuras que sufren los personajes y de la estructura de novela picaresca por la visión satírica de la sociedad de sus personajes principales, Critilo, hombre juicioso que personifica el desengaño, y Andrenio, hombre natural que representa la inocencia y los impulsos primitivos.

 El Criticón puede ser considerado como una «summa» del estilo conciso y cargado de significado del conceptismo barroco. Si los manieristas, como Herrera o Góngora tuvieron por modelo el estilo oratorio de Virgilio y Cicerón, Gracián se fija en el estilo lacónico de Tácito, Séneca y Marcial, su paisano. Pero ello no significa que sea un estilo llano, al modo de Cervantes. La dificultad es patrimonio tanto de cultistas gongorinos como de conceptistas. La diferencia estriba en que entre estos últimos, el esfuerzo del lector está destinado a descifrar los múltiples significados ocultos tras cada expresión lingüística. La concisión sintáctica, además, obliga a suponer elementos elididos frecuentemente, ya sean palabras con significado léxico o conectores lógicos.
La prosa de Gracián, siguiendo lo que decíamos arriba, se compone de oraciones independientes y breves, separadas por signos de puntuación (coma, punto y coma y punto) y no por nexos de subordinación. Predominan, pues, la yuxtaposición y la coordinación. La poca presencia de oraciones subordinadas en periodos complejos, lejos de facilitar la comprensión, la hace ardua, pues el lector debe suplir los elementos relacionantes, deduciéndolos del sentido, de la idea que se expresa, lo que no siempre es fácil. La profundidad de Gracián, pues, está en el concepto, no en la sintaxis.

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