lunes, 26 de septiembre de 2011

La dama de blanco

La dama de blanco es una novela del escritor inglés Wilkie Collins (1824-1889), publicada en 1860. Es considerada como una de las primeras novelas de misterio, precursora de todo un género.

La novela, originalmente publicada por entregas, acusa diversas influencias: por una parte, la novela sentimental establecida según el modelo de Jane Austen, por otra, la nóvela gótica cuyos modelos se remontan al siglo XVIII, y que podría ser la influencia más profunda de la que bebe esta novela. Las heroínas desgraciadas perseguidas por villanos sin piedad es lo que vuelve a aparecer aquí como ya aparecía en Los misterios de Udolfo (1794) de Anne Radcliffe.

Las influencias de que hablamos son especialmente reconocibles en las dos primeras partes de las tres en que se divide la obra: la primera es típicamente romántica enmarcada por paisajes campestres a la manera de la autora de Mansfield Park, la segunda, y para mí la mejor, es casi terror gótico, con tres mujeres y dos hombres recluidos en un espacio cerrado: la siniestra mansión de Blackwater Park con su ominoso lago de aguas negras, que presagia la locura y el asesinato. La tercera correspondería al desenlace y flojea un tanto en comparación con esa poderosa segunda parte. Es la típica acción de venganza y persecución de los villanos por parte de los protagonistas, aunque Collins elude los lugares comunes utilizando para ello una singular manera de frustrar al lector. No hay escenas espectaculares y violentas, y además el destino hace que la venganza se escape de las manos del protagonista, aunque se vea cumplida por manos ajenas e incidentes imprevistos.
Collins llega a crear en la segunda parte una atmósfera de miedo psicológico e histeria realmente lograda, que sugestiona al lector y le impide abandonar la lectura. Para ello utiliza un tema que no ha perdido actualidad: el maltrato psíquico y físico dentro de la pareja, que podría ser perfectamente el tema de fondo de esta novela, y estamos hablando de la época victoriana.
Por otra parte, esta novela incluye una de las mejores escenas que he leído jamás en una novela: una escena nocturna en que el autor consigue que la luz de las velas, la oscuridad de una noche de verano en una terraza, los movimientos leves de los personajes, sus pensamientos, sean casi palpables. Creo que nunca un tiempo muerto, de acción mental y no física, había sido tan bien llevado a las páginas de un libro.
¿Qué decir del trío protagonista? El profesor de acuarela Walter Hartright (heart right?), Laura Fairlie, la protagonista perseguida, y Marian Halcombe, su hermanastra, se adaptan a los papeles clásicos del héroe romántico sin miedo aunque cauto y prudente y la muchacha en desgracia perseguida por un destino adverso. Marian Halcombe se parece mucho más a las heroínas inteligentes y decididas de Austen, aunque Marian puede prescindir perfectamente de los hombres y no haya vertiente romántica en sus relaciones con Walter, a no ser que leamos entre líneas y nos fijemos muy detenidamente en determinados detalles de su conducta. Marian es un personaje limitado por su fortuna y su aspecto físico, lo que la hace ser feminista antes de hora. Pero todo esto pertenece al secreto mantenido por el autor en torno a sus personajes o la interpretación que nosotros le demos.
Los villanos de la novela, sir Percival Glyde y el conde Fosco, pertenecen a dos ámbitos diferentes. Ambos son aristócratas, pero mientras Percival es huraño y violento hasta la insania, un personaje impredecible y hosco, el conde Fosco (obscuro), por ser mediterráneo, pertenece a la clase de los villanos meridionales que aparecen en las novelas góticas del XVIII, fríos y calculadores. Nadie tan frío y calculador como este italiano, una especie de Cagliostro del siglo XIX, perteneciente a sociedades secretas, espía del absolutismo monárquico, maestro en la ciencia química y conspirador nato. La descripción que hace de él Collins, grande y gordo, y las características ya mencionadas hacen de él un personaje "bigger than life". El papel le hubiese ido al dedillo a Marlon Brando u Orson Welles.
Dejamos para el final el personaje de Anne Catherick, la dama de blanco, un personaje espectral, perteneciente al reino de la noche, y desencadenante de la acción de la novela. Collins la envuelve en un clima de misterio e irrealidad, como si fuese más un fantasma que una persona real. Su desaparición hace aún más palpable esta sensación. No estamos muy lejos de las leyendas acerca de misteriosas mujeres de blanco que acechan en los bosques y los caminos solitarios. Algo de esto debía saber Collins.