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El autor comienza explorando la compleja naturaleza de escribir un diario, asociando al escritor con "un seductor con mala fortuna en la vida". Reconoce que en estas páginas se plasman las mismas mentiras que en cualquier otro lugar, e incluso más, especialmente "las que nos decimos a nosotros mismos". Sabiendo que su obra será publicada, Trapiello se sorprende "componiendo el gesto" como si posara para una fotografía, lo que dificulta la "naturalidad". Como una decisión estilística, opta por no citar a las personas por su nombre, casi nunca, pues no desea "presumir de amigos" ni que su diario se asemeje al Gotha social. Prefiere mantener el misterio ante sus lectores, comparándose con un cielo matutino del que se desconoce si será "azul o gris".
La obra se convierte en un espacio para meditaciones profundas sobre el arte de escribir. El autor sostiene que sin escepticismo "no puede escribirse literatura," y sin entusiasmo "no podría leerse". Trapiello establece una distinción entre el poeta, que "presume de no pensar en nada," y el novelista, que "no deja nunca un cabo suelto". Documenta su intento de escribir una novela, La noche de San Silvestre, un proyecto que le surge con una idea tan original que aspira a tenerla lista "para la hora de comer". Aunque el proceso es arduo (menciona que lo peor de las novelas es "lo de en medio"), finalmente logra terminar el manuscrito de otra novela de 212 páginas, un logro que le da "una razón de vivir". Rechaza la ambición abierta de la gloria literaria, considerándola "la forma suprema de la soberbia", pues la verdadera vida del escritor sucede "entre cuatro paredes".
Trapiello demuestra ser un observador detallado de la vida madrileña, plasmando escenas vívidas y anécdotas excéntricas. Describe el Rastro de Madrid en un día de invierno, con los puestos desplegando "cosas que parecían oxidadas, chatarra, latón viejo", y el aire cargado del olor pestilente a barniz quemado o la mezcla de pino y pan reciente. En una ocasión, narra su visita a la casa de un drogadicto para comprar libros de su biblioteca, donde se encontró con un grupo "de extraña catadura" que incluía americanos, un camello, una madame, y una anciana con un parche de bucanero. Esta experiencia le confirma que la "verdadera Comedia Humana" está fuera de los libros. También documenta el dolor y la memoria, como al rememorar el funeral de su primo T. en Madrid, donde se sintió conmovido por el "ágape fúnebre" improvisado por la familia, aliviando la pena con el antiguo consuelo de que "los duelos con pan son menos".
El diario también se nutre de viajes y reflexiones sobre la belleza y la moralidad. El autor recuerda su estancia en Bath, una ciudad que le impactó por su "tono gamuza admirable" y la biblioteca de Lackot Abbey, donde descubrió primeras ediciones valiosas, como la de Boscán y Garcilaso. En Venecia, aconseja llegar "embarcado" y de noche, destacando el encanto de la ciudad en invierno, un lugar donde la rutina se impone y la belleza es omnipresente. Un momento de alegría inesperada ocurre en San Martín, cuando unos escolares, confundiéndole con un veneciano, le piden aguinaldo, un evento que la vida dispuso para ser "una fiesta que Dios ha querido rematar". El autor encuentra belleza incluso en objetos inanimados, como un metrónomo antiguo comprado en el Rastro, cuya forma está "entre el reloj y la tumba". Además, reflexiona sobre la importancia del fracaso, afirmando que es "hermoso fracasar y estar alegres".
Finalmente, Trapiello aborda cuestiones de fondo y su contexto personal. Nacido en 1953, estudió Filosofía y Letras y se estableció en Madrid en 1975, dedicándose a la escritura en exclusiva desde 1979. Considera que el escritor, al igual que el arte, debe evitar la pomposidad y la falsedad. En un tono de crítica social, comenta su desilusión con las promesas políticas del pasado, confesando que la palabra que más odia hoy es "Solidaridad". A pesar de los pesares y las tribulaciones, el diaristmo le sirve de "taberna" comprensiva con sus debilidades. Concluye que, si tuviera que elegir la palabra más hermosa de la lengua castellana, sería "misericordia", la única que nos hace grandes.
La obra se convierte en un espacio para meditaciones profundas sobre el arte de escribir. El autor sostiene que sin escepticismo "no puede escribirse literatura," y sin entusiasmo "no podría leerse". Trapiello establece una distinción entre el poeta, que "presume de no pensar en nada," y el novelista, que "no deja nunca un cabo suelto". Documenta su intento de escribir una novela, La noche de San Silvestre, un proyecto que le surge con una idea tan original que aspira a tenerla lista "para la hora de comer". Aunque el proceso es arduo (menciona que lo peor de las novelas es "lo de en medio"), finalmente logra terminar el manuscrito de otra novela de 212 páginas, un logro que le da "una razón de vivir". Rechaza la ambición abierta de la gloria literaria, considerándola "la forma suprema de la soberbia", pues la verdadera vida del escritor sucede "entre cuatro paredes".
Trapiello demuestra ser un observador detallado de la vida madrileña, plasmando escenas vívidas y anécdotas excéntricas. Describe el Rastro de Madrid en un día de invierno, con los puestos desplegando "cosas que parecían oxidadas, chatarra, latón viejo", y el aire cargado del olor pestilente a barniz quemado o la mezcla de pino y pan reciente. En una ocasión, narra su visita a la casa de un drogadicto para comprar libros de su biblioteca, donde se encontró con un grupo "de extraña catadura" que incluía americanos, un camello, una madame, y una anciana con un parche de bucanero. Esta experiencia le confirma que la "verdadera Comedia Humana" está fuera de los libros. También documenta el dolor y la memoria, como al rememorar el funeral de su primo T. en Madrid, donde se sintió conmovido por el "ágape fúnebre" improvisado por la familia, aliviando la pena con el antiguo consuelo de que "los duelos con pan son menos".
El diario también se nutre de viajes y reflexiones sobre la belleza y la moralidad. El autor recuerda su estancia en Bath, una ciudad que le impactó por su "tono gamuza admirable" y la biblioteca de Lackot Abbey, donde descubrió primeras ediciones valiosas, como la de Boscán y Garcilaso. En Venecia, aconseja llegar "embarcado" y de noche, destacando el encanto de la ciudad en invierno, un lugar donde la rutina se impone y la belleza es omnipresente. Un momento de alegría inesperada ocurre en San Martín, cuando unos escolares, confundiéndole con un veneciano, le piden aguinaldo, un evento que la vida dispuso para ser "una fiesta que Dios ha querido rematar". El autor encuentra belleza incluso en objetos inanimados, como un metrónomo antiguo comprado en el Rastro, cuya forma está "entre el reloj y la tumba". Además, reflexiona sobre la importancia del fracaso, afirmando que es "hermoso fracasar y estar alegres".
Finalmente, Trapiello aborda cuestiones de fondo y su contexto personal. Nacido en 1953, estudió Filosofía y Letras y se estableció en Madrid en 1975, dedicándose a la escritura en exclusiva desde 1979. Considera que el escritor, al igual que el arte, debe evitar la pomposidad y la falsedad. En un tono de crítica social, comenta su desilusión con las promesas políticas del pasado, confesando que la palabra que más odia hoy es "Solidaridad". A pesar de los pesares y las tribulaciones, el diaristmo le sirve de "taberna" comprensiva con sus debilidades. Concluye que, si tuviera que elegir la palabra más hermosa de la lengua castellana, sería "misericordia", la única que nos hace grandes.






