miércoles, 30 de octubre de 2013

Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Miguel de Cervantes


Los trabajos de Persiles y Sigismunda es la última obra de Miguel de Cervantes. Pertenece al subgénero de la novela bizantina. El propio autor la consideró su mejor obra; sin embargo la crítica da este título unánimemente a Don Quijote de la Mancha. En ella escribió la dedicatoria al Conde de Lemos el 19 de abril de 1616, cuatro días antes de morir.

En Los trabajos de Persiles y Sigismunda, publicada en 1617 casi simultáneamente en Madrid, Barcelona, Lisboa, Valencia, Pamplona y París (seis ediciones, lo que muestra su notable acogida), se narra un conjunto heterogéneo de peripecias que, como era habitual en la llamada «novela bizantina» o «helenística», incluye aventuras y una separación de dos jóvenes que se enamoran y acaban encontrándose en una anagnórisis al final de la obra. En ella, Periandro y Auristela (que solo tras el desenlace en matrimonio cristiano de la novela adoptarán los nombres de Persiles y Sigismunda), príncipes nórdicos, peregrinan por varios lugares del mundo para acabar llegando a Roma y, juntos, contraer matrimonio.

Cervantes intentó con este relato construir una obra narrativa cuyo género, a diferencia del Quijote, que solo era una parodia y de un género medieval, sí estaba avalado por la práctica de la literatura clásica; de este modo partía de un modelo narrativo que recogían las preceptivas literarias neoaristotélicas renacentistas.
Pretendió, con ello, crear para la narrativa española un modelo de novela griega de aventuras adaptada a una visión del mundo católica, que siguiera el ejemplo de la Historia de Leucipe y Clitofonte de Aquiles Tacio o Teágenes y Cariclea de Heliodoro. Esta última se había descubierto en el Renacimiento, publicada en 1534 y traducida enseguida a las lenguas más importantes de la época (al español en 1554), constituyéndose inmediatamente en un referente clásico a ser imitado. El tratado de preceptiva literaria del Pinciano Filosofía antigua poética (Madrid, 1596), que debió influir en la teoría cervantina de la novela, consideró a las Etiópicas (otro nombre por el que fue conocida la historia de Teágenes y Cariclea) como una obra perteneciente a la épica antigua que podía ser asimilada a otros autores de narrativa heroica, como Homero o Virgilio, con la diferencia de su escritura en prosa.

Es este tipo de género literario el que Cervantes emprendió en el Persiles como culminación a su obra narrativa, pues se ajustaba a los modelos teóricos de prestigio. En la teoría, el Quijote pertenecía al género bajo de la literatura por su carácter cómico, risible y paródico; el Persiles se acogería al registro sublime de la preceptiva neoaristotélica, pero con el añadido, respecto a la literatura gentil o pagana, de su asunción de una espiritualidad cristiana. Si el Quijote se concibe como un ejemplo ex contrariis, el Persiles constituiría el ejemplo a seguir, intentando superar a otras novelas bizantinas españolas como el Clareo y Florisea (1552) de Alonso Núñez de Reinoso o El peregrino en su patria (1604), de Lope de Vega. Cervantes, prologando sus Novelas ejemplares, ya había señalado que estaba redactando el Persiles, «libro que se atreve a competir con Heliodoro». Según Avalle Arce, la última narración de Cervantes suponía «la gran epopeya cristiana en prosa, propósito que ha desorientado a muchos lectores y provocado no menos desaciertos críticos».

Riley (1990) explica que las ideas sobre el libro de caballerías ideal que el canónigo de Toledo expone en el capítulo XLVII de la primera parte del Quijote responden cabalmente a definir el carácter del Persiles. Cervantes estaba persuadido de que su última obra rehabilitaría su prestigio como narrador, perdido entre ciertos sectores de la crítica literaria por las insuficiencias que mostraba el Quijote desde el punto de vista de la preceptiva erudita.


La obra tiene como título completo Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional, siendo el subtítulo "historia septentrional", el que mejor se adapta a los dos primeros libros, que se desarrollan en las neblinosas playas nórdicas, que son representadas por viajeros y escritores, con su encendida fantasía del barroco, como el último horizonte de lo fantástico y misterioso.

Cervantes coge ese mundo maravilloso y fabuloso como fondo de una perfecta epopeya en prosa que el canónigo del Quijote oponía a las "ridículas" extravagancias de los libros de caballería, escritos sin ningún arte ni regla. En el Persiles se producen situaciones basadas en la habitual pareja de amantes a quienes el destino somete a las más inesperadas aventuras y adversidades, que culminan con la definitiva unión de los enamorados.

Esta situación es modernizada por Cervantes, el cual confiere a la pareja todas las virtudes poéticas y cristianas posibles, sustituyendo el luminoso y vital mundo mediterráneo por el tétrico septentrión. Persiles, es príncipe de Thule, y Sigismunda, es hija del rey de Frislandia. Se hacen pasar por hermanos bajo los nombres falsos de Periandro y Auristela, y comienzan un peregrinar desde las extremas regiones septentrionales hasta la ciudad de Roma, pasando por Portugal, Francia e Italia, para conseguir del Papa la legitimación de su amor, que atraviesa con castidad y pureza las más complicadas y terribles pruebas.

El plan de la novela es complicado, pues se basa fundamentalmente en una línea narrativa que se interrumpe frecuentemente, lo que permite al autor sugerir la intervención de un hado ciego bajo cuya influencia se sitúan los protagonistas y demás personajes secundarios que por azar se encuentran en el camino. En las dos primeras partes, los personajes se encuentran en unas situaciones de absoluta fantasía viviendo naufragios, raptos, separaciones, sueños, y muchas otras historias que enriquecen la trama.

En los dos últimos libros, Cervantes buscará como escenario para las aventuras de los enamorados mayor variedad e historicidad, variando en plazas y ciudades de su mundo contemporáneo, aunque sin dejar de mantener la sorpresa y la intriga. Así, logra también reflejar su verdadera naturaleza de autor fino y humorístico que observa detenidamente la realidad humana.

El final de la novela no queda demasiado definido, dándose una conclusión trágica motivada por la muerte de Periandro, y un final sorprendentemente feliz en el último capítulo. Esta indefinición no supone, de todos modos, perturbación alguna, porque no se trata de buscar una coherencia lógica interna de los personajes de la novela, sino precisamente un sugestivo y motivador esquema de sombras fugaces e impersonales que actúan en un mundo idealizado y que se evoca con artificios que nos trasladan a una extraordinaria musicalidad.

martes, 15 de octubre de 2013

Los ríos profundos. José María Arguedas



Los ríos profundos es la tercera novela del escritor peruano José María Arguedas (1911-1969). Publicada por la Editorial Losada en Buenos Aires (1958), recibió en el Perú el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma» (1959) y fue finalista en Estados Unidos del premio William Faulkner (1963). Desde entonces creció el interés de la crítica por la obra de Arguedas y en las décadas siguientes el libro se tradujo a varios idiomas.
Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente neoindigenista, pues presentaba por primera vez una lectura del problema del indio desde una perspectiva más cercana. La mayoría de los críticos coinciden en que esta novela es la obra maestra de Arguedas.
El título de la obra (en quechua Uku Mayu) alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de la Cordillera de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina, la que, según Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Perú.

La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una misa para las víctimas de la epidemia de tifus, originará en Ernesto una profunda toma de conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.

Mario Vargas Llosa, quien junto con Carlos Eduardo Zavaleta, ha sido el primero en desarrollar la «novela moderna» en el Perú, reconoce que Arguedas, pese a que no desarrolla técnicas modernas en sus narraciones, se muestra sin embargo mucho más moderno que otros escritores que responden al modelo clásico, el de la «novela tradicional», propia del siglo XIX, como sería el caso de Ciro Alegría.
Vargas Llosa reconoce el impacto emocional que le dejó la lectura de Los ríos profundos, al cual califica sin ambages como una auténtica obra maestra. Resalta también el manejo que da Arguedas al idioma castellano hasta alcanzar en esta novela un estilo de gran eficacia artística. Es un castellano funcional y flexible, donde se hacen visibles los distintos matices de la pluralidad de asuntos, personas y particularidades del mundo expuesto en la obra. Arguedas, escritor bilingüe, acierta en la «quechuización» del español: traduce al castellano lo que algunos personajes dicen en quechua, incluyendo a veces en cursiva dichos parlamentos en su lengua original. Lo cual no lo hace frecuentemente pero si con la periodicidad necesaria para hacer ver al lector que se trata de dos culturas con dos lenguas distintas.

jueves, 3 de octubre de 2013

La vorágine. José Eustasio Rivera


La Vorágine es la única novela que publicó el escritor colombiano José Eustasio Rivera (1888-1928), y su obra más famosa. Salió a la luz el 25 de noviembre de 1924 y es considerada un clásico de la literatura colombiana, así como una de las más importantes dentro del modernismo latinoamericano, aunque a menudo es asociada al costumbrismo por la descripción pictórica de las culturas rurales.
La novela narra las peripecias del poeta Arturo Cova y su amante Alicia, historia de pasión y venganza enmarcada en los llanos y la selva amazónica a donde los dos amantes huyen de la sociedad, y que expone a lo largo de su trama las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho.

La novela se divide en tres partes marcadas por tres escenarios distintos y claros puntos de giro. La primera parte narra la huida de Arturo y Alicia desde Bogotá hacia los llanos orientales. La segunda parte cuenta la estancia en los llanos y la separación de Alicia y la tercera relata la incursión en la selva amazónica en busca de ella.
El cuerpo principal de La Vorágine lo conforma el relato en primera persona de la aventura de Arturo Cova quien huye de las convenciones sociales de la estrecha sociedad bogotana de principios del siglo XX. Esta huida lo lleva a los llanos orientales, donde se separa intempestivamente de Alicia, su compañera. La búsqueda de Alicia lo llevará a la selva de la Amazonía colombiana, donde Arturo será testigo de la penosa esclavitud de los trabajadores que extraen el caucho.
De forma paralela se presenta el testimonio del cauchero Clemente Silva, que emprende un éxodo desde la ciudad de Pasto, tras las huellas de su hijo, encontrando solamente la esclavitud en las caucheras.
Uno de los escenarios y personajes principales del relato es la selva, que mediante alucinaciones, enfermedades y plagas ataca hasta la muerte al hombre que la explota, en un ciclo de destrucción mutua. Esta selva enclaustrante, húmeda y malsana, contrasta con el escenario inicial en la llanura que representa la libertad y esperanza perdidas.

La Vorágine sigue la estructura narrativa del mito clásico greco-latino, de forma similar a la historia de Orfeo, La Eneida de Virgilio o La Odisea de Homero, en donde el héroe emprende un viaje iniciático, y tras descender a un mundo laberíntico e infernal, alcanza un final epopéyico. En el caso de La vorágine el poeta desciende al "infierno verde" en busca de su amada, sin embargo, oponiéndose al modelo tradicional, su protagonista no regresa al punto de partida. Este final abierto o de cierta forma inconcluso, constituye una de las características más importantes de la novela moderna.
En cuanto al estilo, es especialmente notable la descripción de los escenarios (primordialmente la selva) y situaciones, que se muestran en medio de una prosa con permanente musicalidad y abismante detalle, generando gran impacto en las escenas de violencia o desesperación que atraviesan los protagonistas. Otro aspecto innovador en Rivera fue la superación del argumento con un solo plano narrativo. De este modo, la narración se ve fragmentada por diversas "historias" como las de Fidel Franco, Clemente Silva o Helí Mesa.
La Vorágine es una de las principales obras literarias del modernismo latinoamericano, y se puede observar su influencia en obras posteriores como Canaima de Rómulo Gallegos y Calunga del brasileño Jorge de Lima.
Horacio Quiroga, otro gran escritor de la selva y la frontera, la consideraba “el libro más trascendental que se ha publicado en el continente” y califica a Rivera como "el poeta de la selva".

La vorágine retrata el clima intelectual y político de la Colombia de los años veinte. Su afán por denunciar los problemas de las fronteras, como la explotación infrahumana o la locura, respondió a las inquietudes de la generación del Centenario, a la que perteneció José Eustasio Rivera. Aunque ya existían publicaciones denunciando las atrocidades de los caucheros blancos en las selvas del Putumayo muchas de las cuales fueron fuente directa de información para José Eustasio Rivera, La vorágine es la primera novela de denuncia social en la literatura colombiana mezclando la ficción y la realidad.
La intención principal de la obra es plasmar una denuncia social de las condiciones de explotación y miseria a la que son sometidos los caucheros en los siringales, de forma impactante pero sin caer en moralismos ni juicios de culpabilidad. Asimismo, los escenarios y culturas descritas son la expresión, a través de una visión poética, del conocimiento que adquirió el autor al participar en la Comisión Demarcadora de Límites de Colombia con Brasil, Venezuela y Perú.
Es difícil establecer la cuota de veracidad en la historia de La vorágine, sin embargo se han identificado varias personas que incidieron en la creación de los personajes. El principal es Luis Franco Zapata un manizalita que conoció a José Eustasio Rivera en Orocué, en 1918, en donde se estableció tras huir de Bogotá con la joven Alicia Hernández. Adicionalmente, se han encontrado referencias históricas del coronel Tomás Funes, el comerciante de caucho Julio Barrera Malo y el cauchero Clemente Silva entre otros.